Un estudio hecho en los países nórdicos , demostró que las personas que invierten en bolsa no son los que más dinero tienen, sino lo más inteligentes.

"Por extraño y paradójico que le parezca: La renta variable es el activo-a largo plazo-más rentable y menos arriesgado".Francisco García Paramés

La clave en el mundo de las inversiones está en la PACIENCIA, como decía un inversor value "Más vale hacerse rico despacio que pobre rápidamente" .

Todo llega para quien sabe esperar.Nunca te des por vencido, las grandes cosas llevan tiempo.

‎ "Yo me fío más de cómo maneja la economía una familia que se juega el pan o un empresario, que se juega la ruina, que un grupo de señores que, cuando quiebran un país, se van a su casa, reciben seis cargos públicos o privados y se dedican a dar discursos."Daniel Lacalle

Los seres humanos observan que hoy en día las carreteras, los hospitales, las escuelas, el orden público, etc. etc., son proporcionados en gran (sino en exclusiva) medida por el estado, y como son muy necesarios, concluyen sin más análisis que el estado es también imprescindible. No se dan cuenta de que los recursos citados pueden producirse con mucha más calidad y de forma más eficiente, barata, y conforme con las cambiantes y variadas necesidades de cada persona, a travésdel orden espontáneo del mercado, la creatividad empresarial y la propiedad privada.Jesús Huerta de Soto

Comprar cuando la bolsa baja y vender cuando sube es difícil porque va en contra de la naturaleza humana: en los últimos 3.000 años, cuando el vecino de al lado salía corriendo o gritaba "fuego", ha resultado rentable salir corriendo también. De ahí que cuando la bolsa sube nos dan ganas de comprar, y cuando baja nos dan ganas de vender, por una simple cuestión de biología.

¿Pero es que no os dais cuenta que todas las injusticias y toda la corrupción proviene de lo "publico"?‏



sábado, 13 de diciembre de 2008

Historia de tres inversores

A continuación saco unos extractos de una carta de los gestores españoles value José Carlos Jarillo y Walter Scherk (fundadores de la gestora SIA y gestores del fondo Long Term Classic, uno de los mejores fondos del 2007).

Historia de tres inversores

Para comprender la situación actual, recurramos a la historia de tres inversores: D. Privado, D. Público y D. Minorista.

D. Privado
no se considera realmente un inversor, sino un hombre de negocios. Posee una sociedad que registra unos ingresos de aproximadamente 10 millones de euros al año, a veces más, a veces menos. En un ejercicio con resultados muy malos, a principios de la década de 1990, llegó a registrar unas pérdidas de 1 millón de euros. Después de todos estos años, conoce bien su negocio, y está totalmente convencido de que, a pesar de la volatilidad natural, los beneficios son sostenibles a largo plazo. En este ejercicio tan complicado, tiene previsto ganar sus 10 millones de euros habituales. También está tomando medidas para asegurarse de no obtener unos ingresos inferiores a 9 millones de euros el próximo ejercicio, a pesar del enfriamiento global de la economía. Está seguro de que una vez que la situación se calme, en un año o dos, podrá volver a generar los beneficios habituales. No tiene ni idea de cuál es el valor de su sociedad, porque nunca ha pensado en venderla, y espera que su hija, que ya está trabajando con él, continúe al frente de la misma. Aunque es consciente de la confusión que reina actualmente en los mercados de valores, esta situación no parece preocuparle, porque nunca ha invertido en acciones, al pensar que ya tiene bastante con las suyas. Emplea todas sus fuerzas en mantener las relaciones con sus clientes actuales, en conseguir nuevos clientes, mejorar sus productos y reducir sus costes de cualquier modo que sea posible.

D. Público dirige una sociedad cuya actividad es prácticamente idéntica a la de D. Privado en cuanto a tamaño y rentabilidad. Hace unos años, hizo caso de lo que le aconsejó su banco y vendió el 30% de las acciones de la sociedad en la Bolsa. Además de recibir el efectivo derivado de la venta, y de tener que ver a algunos analistas en ocasiones, básicamente sigue dirigiendo la sociedad exactamente como lo había hecho hasta el momento de la venta. Al igual que D. Privado, espera obtener unos ingresos de 10 millones de euros este año (de los que, obviamente, únicamente le pertenecerán 7 millones de euros) y está luchando para obtener unos ingresos de 9 millones de euros, o como mínimo, 8 millones de euros, para el ejercicio próximo. Al igual que D. Privado, también está convencido de que volverá a su rentabilidad habitual tan pronto como cese la recesión. En enero, las acciones de la sociedad de D. Público cotizaban a 10 €, lo que suponía un valor total de 80 millones de euros para la sociedad. Con la acusada caída que han sufrido los mercados, el valor de las acciones en la actualidad es de 5 €, lo que hace que el valor de la sociedad sea de 40 millones de euros. Por lo tanto, la participación del 70% de D. Público en la sociedad tenía un valor de mercado de 56 millones de euros al comienzo del ejercicio y su valor de mercado actual es de 28 millones de euros.

D. Público, por lo tanto, ha “perdido” 28 millones de euros en la capitalización bursátil, pero ha ganado 5,25 millones de euros en los primeros nueve meses (su participación del 70% de los 7,5 millones de euros ganados por la sociedad en los primeros nueve meses de 2008). En cierta medida, D. Público no considera poseer en septiembre menos de lo que poseía en enero. De hecho, posee todos los activos que poseía entonces, más otros 5,25 millones de euros en el banco. Por lo que respecta a los precios de las acciones, no se muestra demasiado preocupado porque no tiene intención de vender y considera que cuando la situación se recupere, volverá a posicionarse en el punto en que se encontraba anteriormente. Sus fuerzas van destinadas a mantener un excelente nivel de relaciones con sus clientes actuales, conseguir nuevos clientes, mejorar sus productos y reducir sus costes de cualquier modo que sea posible.

En enero, D. Minorista compró algunas acciones de la sociedad de D. Público a un precio de 10 € por acción. Pensaba que una sociedad que gana 10 millones de euros de media al año sin demasiada volatilidad (había oscilado entre 7 y 12 millones de euros, registrando pérdidas tan solo un año hace mucho tiempo) era digna de un beneficio equivalente a un múltiplo de 8, lo que suponía una previsión de rentabilidad del 12,5% (el beneficio de 10 millones de euros sobre la capitalización bursátil de 80 millones de euros). A finales del mes de septiembre, recibió el extracto de cuenta. Lacónicamente ve que el valor de sus acciones, en ese momento, es de 5 €, por lo que ha perdido la mitad de su inversión en nueve meses. Desesperado, llama a su banco y ordena la venta de las acciones con carácter inmediato. Se venden al instante… y la persona que las compra no es otra que D. Público.

De esta manera podemos ver cómo estos tres inversores, que básicamente poseen los mismos activos, con la misma rentabilidad actual y prevista para el futuro, actúan (y piensan) de manera muy diferente. La única diferencia reside en la definición subjetiva de “ganar” o “perder” dinero. D. Privado y D. Público definen su propia rentabilidad personal en función de la rentabilidad de su sociedad. D. Minorista la define en función del precio por acción. En el momento en que realiza la venta, incurre en una pérdida del 50% de su inversión y renuncia a una previsión de rentabilidad futura de, tal vez, el 20% (el 25%, si tenemos en cuenta las cifras del ejemplo literalmente) anual para siempre. Lógicamente, la pérdida de D. Minorista se corresponde con la ganancia de otra persona: en este caso, D. Público.

D. Minorista, por supuesto, podría haber esperado a comprar sus acciones hasta el mes de septiembre. De ese modo, habría obtenido el doble de acciones por el mismo precio y habría duplicado la rentabilidad prevista de su inversión. Pero también podría haber comprado el décimo de lotería ganador y haber obtenido incluso un beneficio mayor (libre de impuestos, en algunos países). Es evidente que, en el mundo real, no se trata de un buen consejo.

En el mundo real, son muy pocos los inversores minoristas que ganan dinero en la bolsa a lo largo de sus vidas. Todas las plusvalías que acumulan, desaparecen en las caídas cíclicas que sufren los mercados cada cierto tiempo. Venden cuando los valores se encuentran próximos a los niveles más bajos y no vuelven a comprar hasta que están seguros de que “se ha llevado a cabo la corrección”, es decir, hasta que el valor de mercado es claramente más alto.

La sociedad gestora de fondos más importante del mundo es Fidelity Investments, con sede en Boston. Uno de sus fondos, denominado Magellan, obtuvo una rentabilidad fantástica a finales de la década de 1970 y durante la década de 1980: acumuló una rentabilidad anual del 15% en 15 años (lo que significa básicamente multiplicar por 16 su valor liquidativo por acción en ese periodo). En Estados Unidos, los inversores de fondos, por motivos fiscales, deben identificarse personalmente a la sociedad gestora de los fondos en los que invierten. Así pues, Fidelity sabe exactamente cuándo se convirtió en partícipe del Fondo cada uno de sus inversores y cuándo dejaron de serlo. Hace algunos años, utilizaba esta información para calcular cuáles habían sido las ganancias medias reales de sus inversores. La respuesta resultó ser un 5% anual.

Esto va en contra del sentido común: quienes invierten en algo que tiene un crecimiento anual del 15%, deberían obtener, de media, una rentabilidad anual del 15%, a pesar de los puntos de entrada y salida(no se tienen que tener en cuenta comisiones de ningún tipo, porque la rentabilidad del fondo se calcula después de las comisiones).

¿Cómo es posible que la media esté por debajo de este porcentaje? La respuesta, por supuesto, reside en una cuestión de tiempo: el fondo no obtuvo una rentabilidad del 15% todos los años, sino de media. Hubo años muy buenos y años malos. Y una gran mayoría de inversores empezaron a participar en el fondo cuando la rentabilidad era alta y vendieron cuando era baja. Desgraciadamente, se trata de un patrón universal.



Dos formas de invertir

Esta es la razón por la que, desde el lanzamiento de nuestros fondos hace siete años, siempre hemos hablado de dos formas de invertir: la negociación y la inversión estratégica. La estrategia de negociación guarda relación con los precios visibles y consiste en intentar comprar valores que vayan a subir de precio y venderlos antes de que baje su valor. Como hemos demostrado en algunas ocasiones, la estrategia puede ser extremadamente rentable: asi tomando tan solo 5 decisiones correctas en un periodo de 10 años, los inversores pueden multiplicar su inversión por 300.

El problema, según recoge el caso de Fidelity, es que es muy difícil poner en práctica esta estrategia. Los mercados son muy volátiles y la mayoría de las caídas repentinas no siempre van seguidas de una corrección apropiada, sino de un rebote. Diferenciar una de la otra de antemano requiere un alto nivel de conocimiento (o de suerte) con el que no siempre contamos. Y lo que es más grave: si se comete un error, no hay vuelta atrás.

Al adoptar el método de inversión estratégica, los inversores pasamos por alto las fluctuaciones de los precios de las acciones y nos concentramos en comprar beneficios a precios bajos y en incrementar esos beneficios con el tiempo. Al final, los precios de las acciones siempre reflejan beneficios y su crecimiento. Esto es lo que hacemos en Strategic Investment Advisors. No tenemos en cuenta las fluctuaciones de los precios de las acciones (salvo para calibrar las previsiones de rentabilidad de nuestras acciones), pero observamos los beneficios constantemente. Los inversores en “sociedades”, como D. Privado y D. Público, que permanecen al lado de sus sociedades durante años, en lo bueno y en lo malo, tienden a retirarse en mejores condiciones que los inversores en “acciones”. En opinión de estos inversores, lo que resulta obvio que debe hacerse es comprar cuando los valores están baratos, y si quieren vender, esperan hasta que los mercados estén dispuestos a pagar un precio alto a cambio de sus beneficios futuros. Estamos convencidos de que la “mentalidad típica del minorista”, que supedita la rentabilidad al precio de las acciones, no le permite hacer fortuna a largo plazo, porque considera obvio comprar durante el ascenso y vender durante el descenso.



La rentabilidad de nuestros fondos

Volvamos a echar un vistazo a los beneficios de nuestros fondos, siguiendo las directrices de la historia anterior. A finales del mes de junio de 2007, el valor contable de nuestras acciones (todos sus activos a precios históricos menos sus deudas) ascendía a 201 €. Doce meses después (se trata de los últimos datos publicados por nuestras sociedades), este valor ascendía a 242 €.

Esto significa que cada acción del fondo había ganado 41 €, una vez deducidos todos los gastos, una cantidad ligeramente inferior a lo previsto al comienzo del ejercicio. En la última newsletter, explicamos los motivos por los que se produjo esa diferencia, aunque hicimos hincapié en el hecho de que esos beneficios equivalen a una rentabilidad del 10% durante el periodo. Prevemos ganar aproximadamente 45 € en 2009 y después, a partir de ese momento, obtener un incremento anual del 15%. Se trata de una tasa de rendimiento absolutamente asombrosa, dado el precio actual de nuestras acciones. No obstante, podemos hablar de esta tasa debido a la enorme desorganización que se está apoderando de los mercados justo en este momento. Los inversores no se equivocan al preguntarse cómo es posible ofrecer una previsión de rentabilidad tan alta. Sólo hay dos respuestas posibles: o los precios de las acciones están equivocados (la gente está vendiendo demasiado barato) o las estimaciones de beneficios están equivocadas.

Investiguemos para encontrar indicios de cualquiera de estas posibilidades.



Desorganización de los mercados

Evidentemente, no es ningún secreto que los mercados de valores han estado sometidos a una tensión extrema en los últimos meses. Parecen regirse más por el miedo que por un análisis racional. Por poner un ejemplo, la caída de su capitalización bursátil en los mercados estadounidenses el 29 de septiembre, cuando no prosperó el paquete de medidas de rescate por un importe de 700.000 millones de dólares, ascendió a 1.500.000 millones de dólares, dos veces la supuesta “pérdida” para el sistema. No pasa nada: el 30 de septiembre, los valores estadounidenses, aparentemente, valían 1.000.000 millones de dólares más. Contamos en nuestros fondos con acciones cuyo valor ha fluctuado en varios días más de un 20%. A los profesores de economía les gusta enseñar que los precios de mercado siempre reflejan las expectativas de beneficios futuros, pero los profesores de economía no tienen una gran trayectoria como inversores – ni siquiera los que han ganado el Premio Nóbel. En algunas ocasiones, vender (o comprar, ¿recuerda la burbuja de Internet?) no guarda relación alguna con los principios fundamentales: la gente vende (o compra) simplemente porque considera que el mercado seguirá cayendo (o subiendo).

Por supuesto, todas las burbujas (o “agujeros negros”, denominación que dábamos antes a estas “burbujas negativas”) tienen una pizca de verdad. Internet, de hecho, era una tecnología muy importante. Pero eso no justificaba que las acciones de Amazon.com valiesen más de 400 $ en 1999 (en la actualidad cotizan a 280 $, ajustados al desdoblamiento de acciones, nueve años después). Y se trata de una de las empresas “punto.com” con mayor éxito. Muchas, literalmente, pasaron a no valer nada. El pánico actual se debe a los problemas muy reales y perfectamente divulgados de los mercados financieros y a las expectativas razonables de que esos problemas se extiendan al mundo real, produciendo un enfriamiento de la economía. Pero al igual que las acciones de Internet eran excesivamente caras, las de nuestras empresas son excesivamente baratas. Hay un precio razonable para todo, ya sea alto o bajo, y los mercados siempre se pasan del objetivo.

Lo importante es que nada de esto afecta a D. Privado, y muy ligeramente a D. Público. Lo que les importa son los beneficios que obtendrán sus empresas este año, el siguiente, y los demás años. Al igual que le sucede a D. Privado, no nos preocupa “el mercado” ni “la economía”; nos preocupan nuestras empresas.



El concepto de margen de seguridad

Uno de los principales conceptos de Benjamin Graham fue el de “margen de seguridad”. No sabemos a ciencia cierta qué nos va a deparar el futuro, por lo que tiene sentido invertir únicamente en empresas que estén claramente infravaloradas. Si resulta que la realidad es peor de lo previsto, la inversión todavía será buena. Creemos que nuestras inversiones cuentan con un enorme margen de seguridad. A los precios actuales, el fondo debería registrar una rentabilidad anual del 20% para siempre, ya que tiene un ratio precio/beneficio normalizado de 5. Éste se calcula conforme a estimaciones de beneficios que consideramos conservadoras, utilizando, por ejemplo, precios para las materias primas que están muy por debajo del consenso. Pero supongamos que estamos muy equivocados y que se produce una terrible depresión económica; supongamos, además, que esa depresión se traduce en el caso de nuestras empresas, en términos medios, en un beneficio cero en el próximo ejercicio… Se daría entonces, ciertamente, una situación sin precedentes: muchas de nuestras empresas, como ya se ha
explicado, tienen elevados beneficios ya pactados en contrato y la peor caída media de beneficios en pasadas recesiones ha sido del 45%. Siendo aún más conservadores, supongamos que no se
obtienen beneficios en 2010: otro ejercicio de beneficio cero… Finalmente, la situación económica recupera la normalidad en 2011.

Si sucediera esto, el ratio verdadero precio/beneficio del fondo
resultaría ser 7 y no 5. Un ratio precio/beneficio permanente de 7 significa que, a los precios actuales, nuestras empresas tendrían una rentabilidad anual del 15% para siempre, en un escenario ridículamente catastrófico. Sinceramente, creemos que es una oportunidad única. El valor y el margen de error inherentes a nuestra cartera son difíciles de creer y esa es la razón por la que queremos darles algunos ejemplos específicos y daremos más en futuras presentaciones dirigidas a los inversores.

Warren Buffet siempre ha tenido como lema: “asústate cuando todo el mundo se muestre codicioso y sé codicioso cuando todo el mundo se muestre asustado”. Creemos que estamos ante una época para ser “codiciosos”. ¿Puede caer más el valor liquidativo de nuestros fondos? Seguramente. Una vez que los precios dejan de responder a los principios fundamentales, puede pasar cualquier cosa, como bien refleja el ejemplo de la burbuja de Internet. Pero la realidad siempre se reafirma, como muchos inversores de Internet pronto descubrieron. En aquel momento, se dijo que “el único riesgo era que no invirtieran en uno”. Bueno, creemos que esta afirmación se puede aplicar en gran medida a las circunstancias actuales.